sábado, 8 de febrero de 2014

Un deseo

Si usted pudiera pedir un deseo ¿cuál sería?
Conocemos la historia. Un genio, que ha sido liberado de la botella con tan sólo frotarla, aparece de pronto y se pone al servicio de su nuevo amo. Cumple sus tres deseos que, con el tiempo, arruinan la vida del amo.
La moraleja, como sabemos, es que debemos tener cuidado con lo que deseamos porque se puede hacer realidad. Pero cuando Salomón examinó este ofrecimiento (1 R 3.5), dio una respuesta que agradó a Dios y que no arruinaría en absoluto su vida: “Quiero tener sabiduría”, dijo.
Por su nueva responsabilidad como rey, Salomón quería tomar buenas decisiones y juzgar con justicia. Pero no había tenido la experiencia ni aprendido las lecciones de la vida necesarias para manejar los difíciles problemas que tendría la responsabilidad de resolver. Por eso pidió inteligencia y una mente con capacidad para discernir.
Dios le concedió su deseo, y además un bono de riqueza y honra, sólo porque no pidió lo de siempre. El Señor también le dijo a Salomón que si obraba como era debido, daría una larga vida al rey. Salomón no necesitaba más nada. Con todo un mundo de sabiduría y toda una vida por delante. Llegó a ser conocido en todo el mundo por su gran discernimiento y decisiones juiciosas, y la gente acudía a él desde muy lejos para aprender de su sabiduría (1 R 4.34).
Pero tener sabiduría no significa siempre actuar sabiamente. Salomón tenía una debilidad por las mujeres extranjeras que adoraban a otros dioses. Por tanto, el Señor visitó a Salomón y le advirtió de nuevo: “Si… os apartareis de mí… y no guardareis mis mandamientos… sino que fuereis y sirviereis a dioses ajenos, y los adorareis; yo cortaré a Israel… [y] será por proverbio y refrán a todos los pueblos” (1 R 9.6, 7).
El sabio hombre convertiría a su propio reino en un refrán de los sabios.
Salomón estaba siendo arrastrado por la cultura secular —Dios nunca quiso la poligamia para su pueblo. Añadamos a esto la multitud de dioses que adoraban sus mujeres, y Dios sabía que probablemente ellas lo descarriarían. El rey estaba jugando con fuego y muy probablemente se quemaría.
Y aunque ésta fue la segunda advertencia hecha a Salomón, no era la primera para la nación de Israel. Dios había advertido a los judíos que las muchas esposas alejarían sus corazones de Él (Dt 17.17). Y cuando el pueblo clamó por un rey, el Señor les prometió que tendrían todo lo que acompañaría al estilo de vida de un rey, y que pagarían un precio por ello (1 S 8.18).
Pero hasta este punto Salomón seguía honrando a Dios con su sabiduría. Su fama se extendió hasta la reina de Saba; ésta se enteró de que el Dios de Israel había bendecido al rey con una sabiduría especial, y quiso comprobarlo por sí misma. Así que vino a él con muchas preguntas, y Salomón respondió cada una de ellas perfectamente. ¡Impresionante!
Pero toda la riqueza e inteligencia del mundo no valen tanto como amar a Dios, y Salomón seguía perteneciendo a sus esposas paganas. “A éstas, pues, se juntó Salomón con amor”, registra el escritor, “y sus mujeres desviaron su corazón” (1 R 11.2, 3). Salomón se deleitó en las religiones paganas de sus esposas, y se unió a ellas en los sacrificios a sus dioses. Al final, su corazón no siguió siendo fiel a Dios, y comenzó a restar importancia al primer mandamiento.
Al quebrantar este mandamiento, vino la destrucción asegurada. El reino de Salomón se arruinó después de su muerte. La nación fue dividida entre Jeroboam, quien se apoderó de Israel, y Roboam, el hijo del rey, quien logró conservar a Judá —lo único que quedó del legado del rey David.
Lo único que quedó del legado de Salomón fue su sabiduría.
La sabiduría es algo maravilloso. Santiago, el hermano del Señor Jesucristo, nos alienta a pedirla en oración (Stg 1.5). Pero la sabiduría por sí sola no es suficiente. Sin un corazón que ame a Dios, sabremos las cosas que hay que hacer, pero no tendremos la voluntad de hacerlas. Veremos el camino equivocado de los perdidos, pero sin el deseo de hacerlos volver al Salvador. Como dijo Pablo a los corintios: “[Si] entendiese todos los misterios y toda ciencia… y no tengo amor, nada soy” (1 Co 13.2).
Cuando Salomón violó el primer mandamiento, también desobedeció el mayor de todos: amar a Dios con todo su corazón, y con toda su alma, y con toda su mente (cf. Mt 22.37; Dt 6.5).
Aquí termina, entonces, nuestra historia con su moraleja. Un hombre fue arruinado, no por su deseo, sino por su apatía e indulgente naturaleza; un hombre que tenía todas las respuestas, pero no la voluntad de aplicarlas a su propia vida. Un observador de las locuras y de la necedad del mundo, que estuvo ciego a las flaquezas de su propia personalidad.
Entonces, ¿cuál es su deseo? Espero que sepa utilizarlo con sabiduría.

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